lunes, abril 09, 2007

Semana Santa en Popayán

Por: RUTH CEPEDA VARGASEl martes santo la lluvia fue el enemigo de las procesiones. Este invierno implacable impidió cualquier intento para iniciarlas mientras una cortina de agua lo cubría todo y no hubo más remedio que regresar a casa y los turistas resignarse a no ver el majestuoso desfile.

Definitivamente el hombre es “víctima de las circunstancias” y el clima “tiene la palabra”. En estos casos nada ni nadie puede detener un chaparrón o un sol canicular. El agua cae sobre la ciudad paralizando todo. Y el programa preparado durante 365 días no se puede cumplir. Es un complicadísimo y eficaz trabajo el que se elabora con la paciencia y la fe de muchas gentes. Somos “una brizna de hierba” en las manos de la naturaleza. El hombre puede llegar a las cumbres sofisticadísimas de una tecnología depurada, pero el curso atmosférico nadie, hasta ahora, logra manejarlo. Y se tiene, entonces, a una ciudad en total alerta, pendiente del trueno, del relámpago, del color plomizo de las nubes, de la gota de agua, ya que el sagrado desfile de ninguna manera se puede aventurar a emprender su larga marcha en medio de la lluvia y de los charcos que pueden ser fatales para su buen desempeño y su éxito.

Esta nota la escribo en el anochecer del jueves santo. Hoy el cielo a las cinco de la tarde estaba espléndido con todos sus arreboles dorados sobre la ciudad blanca. Las nubes plomizas se habían esfumado y las gentes gozaban, maravilladas, este atardecer veraniego, insólito, pero infinitamente deseado. El centro histórico completamente vacío de buses, de carros y de motos, era un paraíso. Los andenes se miraban vacíos, ya que la gente colmaba las calles, dueñas de un espacio que al fin sentían suyo, deteniéndose, sin ningún temor, a saludar al amigo, como si estuvieran en el patio de su casa. Esto se llama “gozar la ciudad”, saberla propia y disfrutarla.

Estoy segura que en este momento una luna semanasantera mira desde su reino el desfile sagrado. Veo en la televisión la imperativa necesidad por la cual los alumbrantes deben ir sobre el andén con las debidas medidas de seguridad. Porque al tener que desfilar por la calle el desorden ensombrece la solemnidad de esta ceremonia. Y el hilo de luz se pierde entre la multitud. Hay que proporcionarles a ellos, portadores de velas encendidas, los espacios en donde puedan sentirse seguros y cómodos. Esto aumentaría, sin duda, el número de luces y la procesión sería mucho más bella y fastuosa.

Estos comentarios quieren contribuir a que en un futuro las procesiones de Semana Santa alcancen lo que ellas se merecen: ser Patrimonio de la Humanidad.

No en vano los siglos las han visto desfilar demostrándole al mundo que todo aquello que perdura en el tiempo es importante y vital. Esto es el trabajo ininterrumpido de muchos payaneses que año a año laboran para que en sus calles la fe de un pueblo alcance la eternidad que ella se merece.

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