Por: Gloria Cepeda Vargas
En una pequeña sala del centro de la ciudad, el Maestro en Artes Plásticas Adolfo Torres nos entregó una propuesta pictórica multidimensional que traduce su visión actualizada acerca de lo que representa la Semana Santa en la Colombia de hoy.Con el nombre de “Entrepasos” se abrió la muestra. Dos palabras que al unirse en un solo vocablo, adquieren la connotación necesaria para designar esa imaginería desplegada en la humedad de las paredes circundantes. Rostros y muchedumbres desvaídos pueblan los muros. Un clima atemperado entre lo sugerente y lo tangible, soporta las figuras en serie de un Cristo a nuestro alcance. En continua sucesión de luces y sombras, la epopeya del cristianismo se transfigura. No es éste el crucifijo que llenó de pavor los días de la infancia como protagonista de una efusión de sangre y lágrimas que no entendimos nunca. El Cristo de Adolfo Torres es un colombiano más víctima de la violencia cotidiana, un ciudadano indefenso como lo somos todos.
Los “Descendimientos” números 1 y 2, realizados en óleo y técnica mixta sobre lienzos verticales, representan la efigie de dos hombres jóvenes que parecen flotar. Un infinito aire de desamparo los circunda. Los largos cabellos casi perdidos en pequeños dibujos espectrales, caen sin detenerse. El sexo al aire, reafirma su condición humana. En este caso la cruz no aparece como instrumento de tortura. Símbolo de la fe del cristiano, sólo a su característica alegórica responde. En los pies en vez de clavos, dos estratégicas manchas de luz.
El “Eccehomo”, silueta de Cristo realizada mediante la aplicación con soplete del humo sobre el muro, traduce una fértil concordancia de talento y sensibilidad. Dibujo ciego. Mole de ojos sin luz que a pesar de su silencio y aparente inercia, habla con la elocuencia que tienen mil palabras.
En “El traslado número 1”, el acierto en el manejo de la línea va de la mano de la asertividad del mensaje. Una combinación de grafittis, remolinos que parecen tragarse el horizonte y movilidad plástica de un cuerpo donde la ausencia de cabeza visible es punto focal de la composición, llena el espacio. “El traslado número 2” es otra cosa. El autor une a la tradicional técnica del cuerpo yacente, un plafondo en apariencia ajeno al conjunto. Inscripciones a lápiz al norte y sur de la superficie, la iluminan.
En el fondo de la sala un Cristo mutilado exhibe sus muñones. La pierna izquierda y el brazo derecho rematados, a manera de prótesis, por listones metálicos, se encargan de recordarnos en qué país vivimos. Es el “Cristo” contestatario de Adolfo Torres. Su reconocimiento de la función del arte. Su tercer ojo puesto al servicio de la verdad.
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