POR: Horacio Dorado Gómez
CARICATURA DE CALET.En las procesiones que se hacen en Popayán, las de Semana Santa, se ostenta un lujo y buen gusto como no se ven en ninguna otra ciudad de Colombia.
El aspecto de la ciudad es fastuoso mientras recorre la procesión, la cual sale del templo respectivo a las siete de la noche; habitantes y peregrinos concurren cada uno con su cirio encendido.
En tiempos lejanos se ponían en largas filas: las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda, pero en actitud de piadoso recogimiento. Como el pueblo era pulcro en extremo y usaba vestidos de diversos colores, la procesión observada, semejaba un guirnalda ambulante, iluminada en forma brillante por los millares de luces que se mueven bajo un cielo tachonado de estrellas, al tiempo que respira el delicioso y embriagador ambiente de los jazmines, azahares y cera de laurel.
De la iglesia de Santo Domingo sale, entre otros, el famoso paso de Nuestra Señores de los Dolores, ricamente vestida, sobre andas de plata, carey y concha de nácar, regalo de la señora doña Asunción Tenorio, conducida por robustos penitentes vestidos de azul, con los pies descalzos, una soga envuelta en la cintura y la cara cubierta con capucha. Para tener derecho a ese honor, debía pertenecer el carguero de la respectiva cofradía. A ella perteneció el hermano Juan Gregorio Sarria, quien gozaba de una reputación terrible este hijo del pueblo de Timbío, ganadero de profesión; dejaba el oficio para empuñar las armas cada vez que se le llamaba al servicio. Seguidor del general José María Obando. Sarria era ancho de espalda, de musculación vigorosa y de mediana estatura.
A juzgar por todo lo que se escribió acerca de él, debió ser un monstruo mitológico; pero debe tenerse en cuenta que fueron sus enemigos personales o políticos quienes emprendieron la tarea de presentarlo ante la historia como un ser abominable.
En 1841 parecía imposible que el hermano Sarria ocupara el puesto que le correspondía en las andas, porque la guerra civil lo tenía ocupado en asuntos diferentes al de cargar santos. Presintiendo la ausencia de Sarria, el capellán de Santo Domingo designó a otro hermano para que hiciera las veces de aquel. No creía que viniese en atención a su condición de rebelde, estaba fuera de la ley y por añadidura, el gobernador de Popayán había ofrecido dos mil pesos, al que entregara vivo o muerto al temido guerrillero.
A punto de salir la procesión, entró a la iglesia un penitente de mediana estatura, de aspecto fornido, con alcayata en mano, se dirigió al paso de Nuestra Señora, rezó algo de rodillas y al levantarse con voz autoritaria que no admitía réplica, dijo: “Este es mi puesto” . Don José María Cordovez Moure, quien describe esta anécdota que provoca curiosidad, fue un testigo imparcial de la vida que se agitaba a su alrededor.
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