viernes, enero 19, 2007

Las ciudades y la nueva peste




Jorge Muñoz Fernández

Las ciudades y la nueva peste



Las ciudades en teoría son el símbolo de relaciones sociales armónicas, puntos de concentración de la cultura transformadora de las comunidades.

Su nacimiento histórico: un templo, guarnición militar, plaza de mercado, pasillo de gobierno, casa de la justicia, instituciones de enseñanza y, a veces, campos de recreación popular.

Teóricamente en las ciudades los bienes de la civilización se multiplican, y la experiencia se transforma en conocimiento renovado. Opción de actividades laborales. Aguas que apagan la sed. Graneros y cosechas para los tiempos de guerra o de crisis. Espacios que suponen patrones de conducta solidarios; orden, seguridad, salud y bienestar.

Inmensos abismos económicos las han convertido en sitios inviables en la mayoría de naciones del planeta. Acosadas por la inmigración, iraquizadas por el miedo, el crimen, el terrorismo, la pobreza, el secuestro o la muerte, se trocaron en colectivos de zozobra.

Giran en torno a sus leyendas mentiras urbanas, como la inverosímil clasificación de “ciudades intermedias”, en cuyo imaginario social generaciones tras generaciones juegan candorosamente a construir las grandes comarcas del futuro, en abierto desafió a las metrópolis.

La idílica ciudad del pasado fue una fantástica quimera. Nunca pudo fundarse. Pocas aún conservan ambientes de tolerancia, bienandanza y sosiego. Los espacios urbanos contemporáneos se trocaron en escenarios violentos. Los efectos perversos de la economía global hablan por si solos: raudales migratorios, déficit democrático y abismos digitales. Sociedades del caos, del desorden y el crimen.

Albert Cami, el soberbio escritor argelino ha regresado y se encuentra al lado de las víctimas, condenando el absurdo de la injusticia y la miseria. Apenas está escribiendo la primera página de su magistral obra “La Peste”.

Con agudo sarcasmo expresa para quienes aún dudan del mercado libre, la nueva plaga que invade las ciudades: “El modo de conocer una ciudad es averiguar como se trabaja en ella, como se ama y como se muere”, y sin embargo, pese al horror, la tragedia y el miedo que inunda las calles de Oran, que acaban con las vidas e ilusiones de cientos de inocentes, nos invita a terminar con el horror, a creer en la solidaridad, para que llegue el día “en que para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa”, no importa que la irracionalidad regrese, “porque el bacilo de la peste no muere ni se va definitivamente”.

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