por Fernando José Sánchez
A veces, de verdad, se sueña con un mejor País. Que se construye con permanente esfuerzo en lo privado pero sigue siendo pichicato en lo público -que es de todos y se paga con los impuestos suyos y nuestros- y sobre todo en el ambiente político.Algunas primeras reflexiones, de una reforma que por ahora no tiene cabida en las putrefactas aguas de la politiquería criolla, debería pasar por: campañas a cargos y corporaciones, cortas, austeras, financiadas por el Estado en su totalidad. Acceso parejo a los medios de comunicación y un transporte gratuito-público el día de elecciones.Mientras se nutran, las elecciones, de los dineros de particulares-contratistas, estos cobrarán sus favores, o repartirán el “como voy yo” en los contratos que a dedo, con pliegos a la medida o con remedo de ellos, supuestamente publicitados vemos firmados, en: Ministerios, Fonades, alcaldías, gobernaciones y empresas públicas.Como ejemplo cercano tomemos la pantomima de contratación pública -con agache de varios miembros de junta-, que transcurre en el Hospital San José, donde el director de ese centro, Quiñoñes el malo, afortunadamente existe uno bueno; fue confirmado ciegamente, sin concurso, con denuncia de cómo se movieron inclusive recursos de dicho centro asistencial en una institución financiera que tenía asiento en su reelección. Y allí sigue y seguirá con apoyo de Navia, un alcalde que no se ha caracterizado ni por las ejecutorias (con licitaciones fallidas en todo lado), ni por la independencia, ni por la agilidad en las decisiones. Ejemplo típico de cómo los eligen. Llevamos meses con interinidad en el gabinete y no ha sido posible cambiar tres secretarios, porque la consulta es tan larga que se “conombra” con jefecillos y arlequines. Producto de no elegir la independencia, la irreverencia, la desfachatez con honestidad y tacto en el ambiente público. Si se tuviera facilidades para revocar, al elegido e incumplido, no con las trabas que hoy existen y vuelven el proceso inocuo; otro gallo cantaría.Volver a los concejales sin honorarios, con calidades para integrar el más importante cuerpo local. Gobernaciones que si desaparecen, dando paso a un cuerpo técnico pequeño, puente entre los municipios y el centralismo bogotano, nos quitarían montañas de gastos e inclusive saldríamos de unas asambleas nocivas. Son, la mayoría de ellas, verdaderas “cuevas de Rolando”. Pero estamos aún muy lejos en Popayán, el Cauca y Colombia, de llegar a ello. Seguramente que no lo veremos en vida. Aunque la esperanza es lo último que se pierde