Hace algunos días, caminando por Popayán, presencié el más extraño trasteo. Ustedes no me lo creerán pero un grupo numeroso de fornidos acarreadores entraban por las grandes puertas del Poema, digo que entraban y se llevaban, junto a los perfectos endecasílabos y demás trebejos métricos, rosas, gerifaltes, alondras, lunas de oro, camellos de elástica figura, apoteosis y ebúrneos trasgos, al tiempo en que estos mismos acarreadores musculosos iban entrando por las mismas puertas del Poema, gritos, piernas heridas, diatribas espantosas, quejidos de mujeres horrendas, esputos, insultos, caras torcidas, lutos, pelos, peluches, medias rotas, cáscaras de todo estirpe, y hasta esa tarde en que te dije que te amaba.
Qué pasa aquí dijo un policía que pasaba por el lugar y que para colmo era también un poeta. Quién ha autorizado este zafarrancho preguntó a uno de los fornidos acarreadores, dónde está la autorización de las Musas, no veo ni Apolo ni a Orfeo. Pero ocupados como estaban en sacar unas cosas y entrar otras, nadie le hacia caso, es más, no faltó quien se riera en su propia cara al confundirlo con un viejo cuentachistes. Entonces el policía en lugar de tomar su garrote y poner orden, lo que hizo fue inspirarse para escribir una elegía por la muerte de la poesía, texto que no reproducimos en esta columna por resultar un poco aburridor y largo.
Algunos curiosos que estábamos por ahí nos asomamos al interior del Poema y vimos dentro un arrume de sonidos estrambóticos, maromas triviales, cartones, venenos, ofensas, gafas quebradas, pilas podridas, grietas en el alma, cuadernos viejos, etc., y en una de las altas salas sin techo del Poema, oímos como un hombre gritaba con voz estrafalaria de ángel y payaso estas sentidas frases: ¡he aquí el más grande poema del universo, entren todos, vengan y contemplen el mismísimo cadáver de Dios! pero no alcanzó a terminar por que al instante le cayó encima una pesada metáfora que lo dejó tendido sobre el piso echando sapos y ruidos verdes por los ojos.
Alguien dijo, salgamos que todo en el Poema se viene abajo, y desde entonces todo se viene abajo, ese el estado en que las cosas han quedado. Nadie ha podido remediar los daños. Es más, ahora es el daño lo único que brilla en el centro del poema como un sol arrugado y monstruoso cuya luz maligna pone una música leprosa en las poéticas paredes. De ahí que ser poeta en Popayán no tenga remedio.