por: Horacio Dorado Gómez
La corbata continúa siendo uno de los símbolos de elegancia que da prestancia a quien la usa, aunque algunos diseñadores y los mismos habituales usuarios le resten cualidades de distinción.
Por ejemplo, el alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, quien, está de moda por su buen desempeño en el cargo, ha excluido de su ropero el surtido de corbatas para cualquier ocasión. La informalidad es su norma. No usa corbata, ni vestido entero. En los actos sociales viste blue jeans, mangas de camisa, y en pocas ocasiones chaqueta. Así mismo, en Bogotá, Lucho Garzón no utiliza esa prenda de vestir, y no por ello, deja de ser un excelente alcalde. Se dice que, el hábito no hace al monje. Para otros, la corbata sigue siendo un elemento imprescindible, arguyendo: ¿Qué sería de un elegante traje sin una preciosa corbata? Reivindico el valor estético de la corbata, cuya historia se remonta a unos cuantos cientos de años. El origen más cercano es de 1660, en la contienda entre el regimiento Croata y los Turcos. Este regimiento (parte del imperio Austro-Húngaro), en una de sus visitas a París en el que se presentaban como héroes ante su Majestad Luís XIV, conocido por su gusto por el buen vestir y los pañuelos, los oficiales llevaban puestos al cuello unos pañuelos de colores. Estos, se cree provienen de los oradores Romanos. Se ponían en el cuello para darle calor y cuidar sus cuerdas vocales. Tanto gustaron a Luís XIV que diseñó para el regimiento real un pañuelo con la insignia Real, y al que denominó Cravette. De donde se deriva corbata. A principios del siglo XX, Europa comienza a fabricarlas. Aunque muchos historiadores predecían la desaparición de la corbata (no tenía sentido llevar un “trozo” de tela al cuello). Desde entonces, la corbata pasó a ser un signo distintivo entre las clases más acomodadas. Los partidarios de la corbata, dicen que realza el uso de la camisa y destaca la verticalidad del cuerpo. Añaden que la corbata da estilo, elegancia, color y textura a la austera camisa. Y es del todo cierto. Un buen traje, aunque se note su calidad, no luce tanto sin corbata como cuando se usa una elegante corbata de seda con un nudo Windsor, por ejemplo. La corbata perdura hasta nuestros días a pesar de los detractores, que han desgastado su valor estético atribuido, más al uso que le dan los manilargos de cuello blanco. Ahora es de común usanza de vigilantes, visitadores médicos y difusores de la Biblia bajo el brazo. Todo indica que el uso de la corbata y camisa, ha comenzado su evolución de forma tal que sin ese ´trozo´ de tela alrededor del cuello se logra también armonía.