ANALES DE LA ESTUPIDEZ VERBAL
Marco Antonio
Valencia Calle
Estoy en el
futuro próximo, digamos en el año 2.112 del siglo XXII. Reviso la prensa para
ver dónde comenzó la censura verbal, al que el “Régimen de los macacos
políticamente correctos” nos tiene sometidos.
Todo parece
indicar que comenzó con las interpretaciones que se le dieron a la Constitución
de 1991, cuando se declaró que Colombia era un país étnico y pluricultural.
Después de eso, alguna gente comenzó a pedir que respetaran las tendencias
ideológicas y religiosas, así como las tendencias sexuales y los vicios
impugnes, por aquello del libre desarrollo de la personalidad, y hasta allí
todo parecía bien, correcto, bello, una maravilla.
El Estado
reconoció a los negros palenqueros su idioma, a los indios la oportunidad de la
educación propia, y los homosexuales comenzaron a llamarse comunidad LGTB. La
prensa tuvo su máxima prosperidad, cuando libre de censuras pudo publicar
palabras consideras groseras por la iglesia católica y los gramáticos
conservadores del siglo XVIII. La libertad de pensamiento llegó a su máxima autonomía
con el uso del internet y la moda de escribir en redes sociales sin el miedo y
la mediación del Estado y los frenos de las iglesias.
Pero de
pronto, como un distractor político en una película de terror, se inició una extraña
cacería de brujas. De un día para otro, los negros exigieron al Estado que
prohibiera que se los siguiera llamando negros. Y comenzó el uso de eufemismos
perfumados donde los indios dejaron de ser indios, y los maricas dejaron de ser
maricas.
Desde la
estupidez mediática se prohibió la locuacidad. Las costumbres y el uso del
habla de la gente del común, así como la capacidad de humor de los colombianos
se volvieron transgresiones a la dignidad humana, simplemente porque sí. Una reforma
constitucional determinó que la fluidez verbal era delito. El silogismo, la
ironía, la sátira, la parodia, la broma, el chasco, el sarcasmo, la puya y la
simple verdad frentera… llevó a la cárcel, al exilio, y a la picota pública, a
más de uno.
Alguien dijo eso
me huele bollo perfumado y lo destituyeron; alguien dijo merienda de negros y
lo declararon enemigo nacional; alguien dijo indios leguleyos, y le dieron 33
latigazos en el cepo del Congreso. Las feministas exigieron que en todo
discurso se dijera “los, las y ellos”; los boyacos, las pereiranas y pastusos
prohibieron chistes que los involucrara; y finalmente, los políticos hicieron
meter a la cárcel a todos aquellos que hicieran bromas o hablaran en doble
sentido cuando metían las de caminar, porque no se puede decir “metió la pata”
o, “nos llevó el Patas”.