sábado, noviembre 28, 2009

LOS AVATARES DE LA PAZ




Por: Jorge Muñoz Fernández
Pensar la paz, o las paces, nos remite con frecuencia a los principios de la humanidad, a la primeras sociedades humanas, incluso al mítico edén que prevalece en la cultura judeocristiana.


Ni la paz ni la guerra nacieron de manera espontanea en la mente de los seres humanos. Cuando las relaciones sociales de producción se tornaron más complejas y alguien dijo: “esto es mío”, y para garantizar el goce, uso, disfrute e intercambio de lo despojado usó el hacha de piedra, se abrió el camino para que la lanza, el acero, el cuchillo, el ejército, la caballería, la pólvora, la fuerza naval, el fusil, la aviación y la bomba atómica, en defensa de la propiedad, allanaran las sendas de la guerra, y con ello el uso del poder para excluir a millones de seres humanos del derecho a vivir en paz. La codicia, el egoísmo y la concupiscencia, nacidas en el seno de sistemas sociales inicuos, se encargarían del resto.



Y es evidente que la paz no ha existido siempre como la concebimos ahora, como la pensamos hoy, o la vivimos frágilmente. Como imaginario de representaciones simbólicas, de bondades, justicia y valores, la paz era inexistente y solo se entendía como ausencia de la guerra. Sólo a partir del siglo pasado se la incluyó en la agenda de las aspiraciones forzosas de la humanidad.



Las últimas guerras y específicamente las mundiales, el holocausto de Vietnam, las guerras de Centroamérica, las guerras desdeñadas, como la de Colombia, el conflicto del Oriente Medio, y la amenaza que aún se cierne sobre millones de seres humanos, han hecho que las preocupaciones bélicas, con su dinámica de agresiones sedan su paso a la lucha por la paz, que incluye la lucha por la justicia, el medio ambiente, la educación, la igualdad de género, la tolerancia, la salud, el bienestar y, fundamentalmente, la participación protagónica de los ciudadanos en su construcción.



Y no resulta sorprendente que la paz y la guerra, como hermanas siamesas, haya saltado a la palestra histórica provistas de ideología. Razones éticas y filosóficas a favor de la paz y de la no violencia, y argumentos fatídicos y siniestros en pro de la guerra.



Durante los tiempos de “La Paz de Dios”, en el temprano medioevo, se la identificada como cobardía. Asumirla era una conducta vergonzosa, tanto que la ética del caballero giraba en ser guerrero y ser cristiano, curiosamente no tan opuesta a la ética contemporánea de los gobernantes autoritarios, que han justificado la guerra, incluida la carnicería preventiva, para mantener el liderazgo, el poder y el concepto de Nación.



Para evitar prejuicios excluyamos al Presidente Barack Hussein Obama del cuestionamiento a la versión norteamericana presidencial de los Nobeles de la Paz, por cuanto aún tiene tiempo para decidir que los marines que hacen la guerra en el mundo regresen a casa, basta acudir a la era “wilsoniana” para reflexionar sobre los artificios de la paz. El presidente Thomas Wilson solía decir en sus intervenciones: “Hay que defender la paz a todo trance, incluso con la guerra,… en América los gobiernos deben estar en manos de los buenos”, y, para que no quedara duda de sus bondades bélicas, ordenó invadir a México, República Dominicana y Haití, que, para esa época, estaban “en manos de los malos”. Wilson calló frente al fascismo en Europa y quizás por su maniqueísmo frente a la matanza de la humanidad, Oslo le otorgó el Premio Nobel de la Paz en 1.921.



Caracas DC, noviembre 23 de 2.009

jorgemuñoz@canada.com

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