Por: Rodrigo Cerón Coronado
La mayor parte de los colombianos, hablamos de política. Sabemos tanto acerca de nuestro país, de sus conflictos y de la raíz de los males que nos aquejan, que llenamos páginas y conversaciones con nuestros puntos de vista. En nuestro país sobramos quienes, en un alarde de nuestra inocencia en la generación de la tragedia que viven cientos de compatriotas, señalamos las personas y los hechos que damos como ineludibles responsables de la desventura.
¿Cuánto tiempo hemos pasado reflexionando sobre nuestras responsabilidades para con el caos de nuestro país? Por muchas razones, es fácil intuir que el desastre tiene parte de su origen (entre muchos otros) en la habilidad que tenemos para identificar como insignificantes aquellas acciones que acometemos y que, desafortunamente, contribuyen al desorden.
Muchos tiran papeles a la calle, otros roban tapas de alcantarillas, hay quienes eluden sus responsabilidades para con el fisco, para con su trabajo, para con los demás. Ser vivo para nosotros se traduce en no respetar las colas, en tener un amigo que nos haga un favor, relegando con ello el derecho de quienes no tienen palancas, a un “mala suerte”.Todos los males los achacamos a las cabezas visibles, al Presidente de turno, a los congresistas, a quien ostente el poder, al jefe, a mi compañero de equipo.
Somos perfectamente capaces de señalar a quienes “tienen el país así”, pero somos incapaces de voltear el índice hacia nuestro pecho. Muchos diremos que somos inocentes, que no recoger lo que hacen nuestros perros en la calle no contribuye a la contaminación, que eso es responsabilidad de los empresarios. Diremos que tenemos derecho a llegar al trabajo media hora tarde, pero si vamos a una institución a que nos atiendan, y el que tiene el deber de hacerlo no ha llegado, vociferamos en contra de la vagabundería de los empleados. No pasa nada si dejamos los carros parqueados en sitios prohibidos, pero puteamos sin piedad al policía que nos pone la multa que dejamos vencer. Saltamos en una pata de alegría porque nos dan una prima extra, pero llamamos “el colmo” si se la dan a los del poder judicial. Miramos con asco profundo a los desplazados y sus letreros en el semáforo, pero reclamamos ayuda para ellos. No somos capaces de frenar para que pase un peatón en una cebra, ni de, al ser peatón, cruzar las calles por las mismas, pero les decimos salvajes a quienes lo hacen. Dañamos las señales de tránsito, desperdiciamos el agua, dejamos la luz prendida, malgastamos el papel.
Ahora, desde nuestro sitio de analistas, ponemos en igual orden al Estado y a quienes lo intentan destruir. Pero eso solo es otro error “insignificante” para con los males del país.
e-mail: rodrigoceronc@hotmail.com