lunes, mayo 18, 2009

Benedetti

Benedetti

Diógenes Díaz Carabalí

Hace pocos años —con el perdón de Roca—, con motivo del lanzamiento de un nuevo libro de poemas, tal vez el último, Juan Manuel Roca al calor de una cerveza que compartíamos con varios amigos, dijo que un poeta no podía convertirse en una fábrica de versos, y, de pronto con razón, pero ¿Qué más podía hacer un hombre nacido para la literatura, para vivir de ella con todo lo que implica, para manipular y crear versos y textos, casi infinitos, de Mario Benedetti, un hombre de aquellos hombres que nos parece eternos desde en vida?

Su nombre es cotidiano y de todas las horas, un hombre sin país porque los tiene todos, es el latinoamericano más latinoamericano, el uruguayo pletórico y contestatario, ciudadano del mundo, la fina voz del viento que sopla con las hojas, para decir que esta América tiene aristas insondables. Sus poemas reunidos en tres Inventarios, sus cuentos y sus novelas abren y cierran universos de visiones reales, de paradigmas rotos, de respuestas absueltas todas por la vida. Un prolífico elemento que le canta con el idioma de la sencillez a todos los sesgos para inventarnos una nueva utopía.

Es que Mario Benedetti nace, crece y se reproduce para hacerse inmortal con su presencia en todas las palabras, para construir el imbricado inagotable de su obra, una memoria extensible que sondea en la miseria, en la lucha de los cuerpos desnudos, en las bocas de las mujeres de ensueño, en lo que no quiso decir para no quedar oculto, la obra de un ser que vivió para inspirar gritos, para levantar los puños y romper con las borrascas los dormidos sueños de estos países sin futuro.

Pero la fábrica de versos sigue entre nosotros, con los recuerdos y los olvidos, para que no nos sorprenda la muerte, como no nos sorprende su partida que sigue entre nosotros, llana y entera, sosteniendo la entelequia que nos pone furiosos en la distancia de su exilio, de cómo un hombre tan reposado y sombrío no puede tener derecho a su patria, y otra vez volver y confesarse universal y convencerse que también tiene patria, porque los hombres y los árboles no pueden pararse si no tienen suelo, y como los gurres no podemos vivir si no llevamos la casa sobre los hombros.

¿Qué hacemos con Benedetti después de tantos versos y tantas palabras, todos una protesta, una carne quemante que se marcha? ¿Qué, con su lira inagotable molesta a los oídos de los dictadores? Dejarlo como testimonio de las voces discordantes, cuando los olvidos nos enseñan que no tenemos la misma sangre, así lo declaremos en la demagogia que la libertad es un estado, pero también una condición, que tenemos la obligación de amar en publico y en privado y no avergonzarnos de amar a una mujer desnuda, la práctica más insondable de ese Adán que se inventó Benedetti pensándolo como invento de Dios, la eterna pregunta insaciable del poeta que dijo tantas cosas. En resumen que Hay mentiras que vuelan como albatros/ y otras que vibran como colibríes/ embustes enormes como aconcaguas/ y otros pequeñitos como tréboles.

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