sábado, enero 18, 2020

CULTURA Y AGRESIÓN Por Julio César Espinosa



Ilustre Señor Gobernador  Elías Larrahondo: Hace algo así como ochenta años el mundo se sumergió en una orgía de sangre solo comparable al río de tinta que se ha gastado en  describir, rememorar, analizar e interpretar dicha orgía más conocida como Segunda Guerra Mundial. No se ha encontrado un parámetro para medir el grado de crueldad y sevicia que se usó en esa ocasión.
Sobre las ruinas y el humo, la intelectualidad  europea se dedicó a rebanarse los sesos buscando una fórmula para evitar la repetición del desastre. A la cabeza  Freud, que pese a haber muerto cuando comenzaba la orgía, había advertido,  en "El malestar en la cultura",  cómo ésta es el único dique que puede contener la  innata agresividad humana.

Sí, la libido, esa corriente de energía misteriosa, inexplicada y salvaje que fluye por el cuerpo del ser humano desde su nacimiento y que se va alborotando más y más conforme la persona avanza hacia el apogeo de su juventud, esa energía al parecer se vuelca hacia dos instintos insoslayables como son  la agresión y el amor: tánatos y eros. Marx le había echado gasolina al fogón pregonando el odio de clases y Nietzche había decretado la muerte de Dios. En ese caldo de cultivo nació la orgía. Pero el gran juez de los seres humanos, el tiempo, le ha venido dando la razón al psicoanalista austriaco. El ocio, Señor Gobernador, es peligroso. Depositada en las criadillas, esa energía debe ser encausada hacia los más altos valores humanos: la creatividad, la solidaridad, la cooperación, para citar solamente tres, que se pueden sintetizar en la palabra cultura.

El ocio como desgano, tiempo alienante en que el individuo comienza a soñar en qué puede consumir su libidinosa fuerza, es el trampolín para lanzarse a la peor aventura en que puede incurrir la naturaleza humana: la destrucción de la vida y de las cosas que muchos otros han edificado con paciencia y amor.
A veces los ciudadanos solemos preguntarnos qué significa para un gobernador o un alcalde esa palabra cultura. Hemos podido observar  el disimulado desdén de ellos cuando desde algún rincón de la patria alguien grita cultura y todo cuanto relacionamos con  ella: cine, teatro, danzas, pintura, narrativa, música.

Las autoridades ejecutivas suelen encogerse de hombros y cuando mucho sueltan una migaja del presupuesto para tan molesto bochinche. Menos mal que no sacan el revólver de Goering.
Desde el punto de vista puramente sensual, podemos entender la actitud desdeñosa pues  gobernadores y alcaldes se empeñan en dejar  huellas de su mandato que se puedan tocar con las manos y ver con los ojos materiales: carreteras, calles pavimentadas, alcantarillas, acueductos, coliseos, represas. Encima de ellas se puede colocar una lápida bien burilada que recuerda bajo la administración de quién se ejecutó una obra. Y con eso los ejecutivos parecen quedar salvados ante la historia.

No obstante, no se puede colocar por largos años  una lápida bien burilada sobre una obra de teatro ni sobre un concierto y si se hace sobre una pintura se arruina el cuadro. La obra de los gobernadores y alcaldes en materia de cultura solo es perceptible para los ojos del espíritu. Y deja una secuela invalorable que se llama paz.

El ocio, muy ilustre Señor Gobernador, el tiempo libre de las personas, debe ser invertido en actividades creativas y no en el atraco, el robo, la revolución de sangre y aguardiente, la opresión al débil, la masacre, etc.

Creo que los artistas del Cauca y trabajadores de la palabra estamos en la obligación de exigirle respetuosamente se sirva crear una auténtica SECRETARÍA DE LA CULTURA cuyo fin supremo sea generar paz, convivencia pacífica, y profundo respeto al otro, al diferente, mediante la cultura misma. 



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