de la revista SEMANA.COM
Marco Antonio Valencia Calle dice que los electores nos enfrentamos a la difícil tarea de elegir como mandatarios personas inteligentes, con ideología, estudiosas y honestas; o a lobos vestidos de ovejas que buscan lucrarse del poder para arreglarse la vida robándole al Estado
Por Marco Antonio ValenciaFecha: 10/13/2007 -1328
Dice la historiadora Diana Uribe que la política y el poder corrompen el alma; y lo dice porque históricamente los mismos políticos se han labrado su propia mala fama sacando lo peor que existe en los seres humanos cuando ejercen el poder. Hablamos de codicia, desvergüenza, vanidad, indiferencia, debilidad, jactancia, irresponsabilidad, hipocresía, envidia, revanchismo y mentiras de todas las especies, entre otras bajezas. Y como ha sido tradicional en nuestro país que cualquier aparecido, analfabeto y con plata pueda ser candidato, la nobleza de la profesión política se volvió politiquería y demagogia. La politiquería entendida como las intrigas y las infamias que se cometen en los escenarios políticos, y la demagogia, como la obtención del apoyo popular mediante fruslerías, promesas dolosas y palabrería barata. Entonces, llegado el tiempo de elecciones, los electores nos enfrentamos a la difícil tarea de elegir como mandatarios a personas inteligentes, con ideología, estudiosas y honestas; o a lobos vestidos de ovejas que buscan lucrarse del poder para arreglase la vida robándole al Estado, que muchas veces son los dineros que ponemos todos los ciudadanos a través de los impuestos.
Y no la tenemos fácil, porque en época de elecciones tanto políticos de buen talante como politiqueros se anuncian por igual. La publicidad está llena de candidatos que dicen ser honestos, tener capacidad de gestión y experiencia para el cambio. De cuñas radiales que divulgan a personajes amigos del pueblo y a representantes legítimos de todos los grupos sociales. De pasacalles con frases que afirman que unos y otros son la última esperanza, el verdadero cambio y la renovación total. De alocuciones con promesas que anuncian trabajar sin descanso, ejercer verdadero control político y atacar de frente la corrupción… acompañadas de rostros sonrientes, unas manos amigas, música agradable y colores cálidos. Siempre ha sido así. En campañas electorales, aspirantes buenos y malos se desgranan en desparramar palabritas melosas y propuestas de oropel sin restricciones, pero al final, a la hora de la evaluación, suele pasar lo de siempre, no cumplen con nada y vuelven las frustraciones. Luego, salen con cuentos como el del “sistema perverso”, que no los dejaron jugar, que todo estaba amarrado de antemano, y que necesitan ser reelegidos para cumplir. Y muchos electores, a veces cándidos e ilusos, volvemos a creer y votamos de nuevo por los mismos con las mismas. Es una paradoja, una obra de teatro que se repite y se repite como un círculo vicioso, y no aprendemos. Lo que quiere decir que para dar nuestro voto de ciudadanos inteligentes, responsables y honestos, tenemos que revisar las hojas de vida de nuestros candidatos para que cumplan algunas cualidades mínimas, como por ejemplo: una honradez no mancillada (que se traduce en cero problemas en cargos anteriores); una oratoria con argumentos reales (que no nos vendan mentiras ni emociones falsas); que sepan de leyes y gerencia estratégica (los analfabetos no salen con nada y nos llevan a retrocesos históricos); que tengan sentido social y experiencia administrativa (los líderes espontáneos son un fracaso en la política); pero sobre todo, que tenga apoyos políticos nacionales, regionales y locales, para que le acompañen, aprueben sus iniciativas y ayuden a conseguir los recursos. En perspectiva, la publicidad no puede ser el referente para elegir candidatos porque corremos el riesgo de entregar nuestro voto a mentirosos profesionales. No sobra recordar a Bernard Shaw diciendo que “la política es el paraíso de los charlatanes” (que, sin ofender, sólo buscan aterrizar la inocencia de los nuevos electores y mitigar los daños colaterales que causa el perder la fe en los políticos que nos mienten y representan); o sentencias parafraseadas: “¿qué mentiras quieres y te diré por qué político tienes qué votar?”, “¿de qué color quieres la risa y te diré cuál partido tiene las mejores promesas?”, que sólo buscan ponerle un toque de humor al asunto, sin perder el sentido y las proporciones de la triste realidad: La política es un oficio tan duro, que a veces una palabra o una mentira bien dicha hacen la diferencia. Otras personas con una mirada distinta sobre la realidad podrían sostener que votar a un candidato serio o un charlatán da igual, al ‘sospechar’ que la democracia es un teatro manipulado por grandes poderes económicos a través de los medios de comunicación, y afirmando que nada esta en la voluntad y la seriedad del candidato a la hora de enfrentarse con la tradición política que nos precede. La costumbre ha sido que todos los políticos y grupos políticos terminen siendo víctimas de sus propias expectativas; y nosotros, los electores, los grandes perjudicados frente a tantas promesas y sueños manifiestos. Entonces, no sobra afirmar que las promesas de un político en elecciones hay que tomarlas con beneficio de inventario, como dicen los abogados. Porque aunque de la charlatanería a las argumentaciones hay mucho trecho, no es fácil saber cuándo estamos frente a una farsa o a un tema serio. Aun así, sería bueno desconfiar de los discursos melodramáticos en tarima, las alocuciones de profetas díscolos, las opiniones ligeras, los terroristas de la lengua, los falsos historiadores, las disertaciones mesiánicas, los payasos presuntuosos y de los candidatos que, a través de sus disertaciones, se creen dueños de las únicas verdades reveladas en este mundo. Las excepciones a estas vergüenzas tradicionales las encarna, por supuesto, un grupo de candidatos y políticos con discursos serios que venden no sólo expectativas, sino programas reales. (Yo no sé dónde están, pero seguramente los hay). La otra cara de la moneda tiene que ver con muchos electores a los cuales no les disgusta que sus candidatos mientan porque en realidad allí esta lo divertido de una jornada electoral (ver charlatanes en vivo nos hace olvidar el dolor de la patria y los problemas que nos rondan); y por supuesto, el espectáculo nos adormece la conciencia como la televisión, nos alborota la adrenalina como el fútbol, y hasta nos devuelve la esperanza como el chance y la lotería que soñamos con ganar. Entonces, nos proponen que frente a tanta charlatanería y vanidad de esa multitud de políticos y politiqueros en contienda (además del compromiso ciudadano de votar inteligentemente), nos dediquemos a jugar al detective desenmascarando discursos mediocres, o simplemente a divertirnos viendo y escuchando la seriedad con la que muchos candidatos nos prometen esta vida y la otra. Tal vez esa risa sea el único beneficio que nos dejen los días de campaña electoral.
(valenciacalle@yahoo.com)
*Mg. Filología Hispánica. Escritor.