lunes, octubre 13, 2014

POPAYÁN Y LAS SEÑORAS DE LA COCINA




POR: Marco Antonio Valencia Calle
Inicia el 6 de septimbre el Congreso Gastronómico de Popayán. Magnífica oportunidad para seguir mostrándole a propios y extraños, que esta ciudad se precia de saber guardar la memoria histórica local, que a su tiempo es la memoria intelectual y política del país. Una oportunidad más para contarle a todo el mundo que un pequeño sector de la ciudad, que es el centro histórico o colonial, tiene entre sus calles, museos, casonas e  iglesias, la grandeza, los conflictos, las preguntas y el patrimonio material e inmaterial más valioso de Colombia entera.
Tener un Congreso con asistencia nacional e internacional, sirve para seguir posicionando la ciudad en el mapa, para generar recursos a unas empresas cuyas ganancias luego circulan a otros sectores de la economía, para proyectar a la ciudad y su gente en el panorama intelectual del país, para pensar que, si podemos hacer un congreso de gastronomía de la talla y altura como el que tenemos, también podríamos ser la sede de cientos de congresos en sectores como la medicina, el derecho, la ecología, la ingeniería, el periodismo, la literatura, etc. (Allí esa el negocio buscando emprendedores)
Recuerdo que en mi visita a Cuba el guía de turismo me dijo que si bien en la Habana no había pozos de petróleo, tenían turistas todos los días durante todo el año generando chorros de dinero gracias a los congresos que se organizaban en todas las áreas del conocimiento. Y cuando le pregunté por esos edificios viejos que parecía se iban a caer, me dijo que los podía ver como un  lunar de la revolución o como ruinas históricas que hablaban por sí solas de la grandeza del alma cubana, pero que gracias a ellas, venían más turistas, y más turistas era más dinero, y más dinero era menos pobreza.
El Congreso Gastronómico de Popayán es una maravilla en todos los sentidos. No solo porque trae turismo, sino porque sus organizadores se han empeñado en rescatar, escribir y posicionar la comida local y regional para proyectarla en el mundo. Gracias a este Congreso, nos dimos cuenta que los productos de nuestra tierra, que las comidas de nuestras cocinas, que las microempresas de nuestra ciudad, tiene sabores diferenciales, son interesantes y pueden generan recursos.  Gracias a este Congreso, la comida internacional ha llegado a nuestros paladares y nuestros restaurantes, y está motivando la cultura en la ciudad por el comer bien, comer rico, comer mejor.
Entre todas las maravillas del Congreso, me llama la atención que se le dio dignidad al oficio de cocinar. Ahora mucha gente estudia cocina y quiere ser chef, algo impensable años atrás, cuando algunos creían, equivocadamente,  que ser cocinero era pertenecer a la última escala social de los oficios.
Es por eso, que desde esta columna quiero pedirle al ingeniero Guillermo Alberto González y a su gran equipo de gestores de la Corporación Gastronómica, que el próximo año le rindan un homenaje a las cocineras colombianas. Que las inviten y les hagan un reconocimiento nacional –y único en el mundo, tal vez-. Me refiero a esa tropa de cocineras invisibilizadas  que trabajan en casas de familia, las que cocinan en los restaurantes escolares, las cafeterías de oficina, las cárceles, los hospitales, los ancianatos, los cuarteles; a las cocineras de todos los días, de todas partes que sin grandes títulos ni estudios ni sueldos exorbitantes hacen ingentes esfuerzos para que todos podamos alimentarnos.  Un reconocimiento público a esos seres invisibles que trabajan en el último rincón de la casa, para satisfacer la primera necesidad de los humanos: alimentarse bien.

MIENTRAS TANTO: Siguen los indigentes de la ciudad sin recibir la ayuda del Estado, ni ver la caridad de los católicos, evangélicos o cristianos de las decenas de iglesias que tenemos. Mucha misa, mucha Biblia, mucho discurso de cambio, pero a la hora de mostrar piedad, solidaridad, amistad, servicio social, compromiso con la comunidad, nada.  Los desamparados habitantes de la calle, siguen vivos de milagro ante la mirada indiferente de sus semejantes.

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