GRACIAS A DIOS… EL
DIABLO PERDIÓ
MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
El sábado anterior, en muchos lugares del país,
de un momento a otro, los comerciantes comenzaron a cerrar locales a pesar de
ser un excelente día para vender. Los taxistas precavidos guardaron sus carros,
en las estaciones de policía los agentes corrían prestos a enfrentar una guerra,
y en los hospitales se activaron las alarmas anunciando una posible emergencia.
Había miedo en el ambiente.
En estancos y sitios públicos de ocio, muchas
personas se reunían alrededor de un televisor. Vestían camisetas rojas, algunos
tenían banderas. No todos, pero sí muchos, tomaban licor y otros, no todos
aclaro, fumaban mariguana. Los dedicados a las ventas de licores y alucinógenos
hicieron su agosto, estaban felices, patrocinaban la fiesta.
Se trataba de un partido de fútbol, y el miedo ciudadano
se debía por los desordenes y desmanes que algunos hinchas suelen protagonizar
después de los partidos para celebrar. El miedo de muchos era que el equipo
rojo ganara (que merece ganar, claro). Pero lo malo, es que si ganaban las
calles se iban a llenar de sangre por culpa de los alcoholizados infringiendo normas
de tránsito y de convivencia ciudadana. Los hinchas de otros equipos iban a ser
agredidos, se presentarían daños a bienes públicos y privados, peleas, insultos,
heridos, muertos, violaciones. El fanatismo del fútbol puede llegar a ser cosa
horrible, peligrosa, sangrante…
Ser hincha o seguidor de un equipo es una cosa
hasta buena, necesaria y divertida; pero ser un fanático o un hooligan, es casi
ser un vándalo, un ser peligroso. Los fanáticos utilizan el fútbol como
pretexto para hacer daños, y junto a sus pandillas organizar escándalos y
generar problemas sociales: antes, durante y después de cada partido, sin considerar
los daños ocasionados a los demás.
Los hooligan buscan excitarse con el fútbol y en
la busca de divertirse atropellan a todo el mundo. Les da risa y les parece una
recocha el dolor ajeno. Nadie está en contra de la diversión que desean y
tienen derecho los hinchas, pero no por encima del respeto y la dignidad de los
demás. Eso es inaceptable.
Que un hincha tenga rituales como himnos,
cantos, aplausos rítmicos, salté, grite, y persiga a su equipo por todos los
estadios del país, está bien. Que use
símbolos como bufandas, camisetas y gorras, entre otras, con el nombre de su
equipo es hasta bonito. Todo eso genera conexiones espirituales, emocionales y
cerebrales con su equipo, y seguro tal actitud le permite desestresarse, paliar
su soledad, creer en algo, tener amigos.
Pero, no es posible que para que un hincha se
excite tenga que usar armas, drogas y alcohol, tener violencia, y agredir a los
contrarios. Y si ganan, tengan que hacérselo saber a todos apuñalando gente y dañando
todo lo que encuentran por su paso. Para eso no se hizo el fútbol. Así pierde
su esencia social y deportiva.
Y solo por evitar esa violencia sucia y dañina fue
mejor que los rojos no ganaran. Es preferible tener un puñado de niños tristes
en casa, que una sociedad lamentando muertos y daños al bien ajeno.