viernes, enero 08, 2010

EL IMPERIO DEL MAL

Recorriendo ya la mitad de la tercera década de mi vida, pienso –con una extraña mezcla de nostalgia, afugia y ansiedad- en las dos Colombias que me ha tocado vivir: La Colombia que tantas veces me contaron y relataron durante mi infancia y mi adolescencia mis mayores (mis abuelos, padres y maestros), y la Colombia que he vivido, asumido y afrontado durante mis años de juventud y adultez. Antes de continuar, debo aclarar que a ambas las amo profunda e indeclinablemente, porque si alguna vez dijo Borges que la “Patria era la infancia”, escribió también García Márquez que “pertenecemos sin remedio a aquel sitio en donde están enterrados nuestros muertos”, y es también mi convicción personal que la Patria no puede ser otra que allí donde “construirás –hombro a hombro con tu Esposa- tu hogar y tu hacienda, y donde verán por primera vez la luz de este mundo tus amados descendientes”.

La Colombia de mis mayores fue –tal y como me la contaron ellos a través de sus historias, anécdotas y vivencias que animaron un sinfín de entrañables noches infantiles- una especie de “Paraíso inconmensurable y frugal”, de hombres y mujeres de diáfanas y sencillas costumbres, trabajadores inconmovibles, rezanderos, supersticiosos y no menos parranderos y dicharacheros; una mezcla encantadora entre tradicionalismo y mojigatería…”un país de misa y moza”, como alguna vez le oí decir entre carcajadas a uno de mis más recordados profesores. De esa manera crecí con una noción idealizada de mis ancestros, de mi gente. Claro, está de más decir que siempre estuvo presente la certeza de que éramos igualmente un pueblo proclive a la violencia; sólo bastaba recordar las cruentas e interminables trifulcas entre “godos” y “cachiporros”…pero al final de la jornada unos y otros se solazaban en la cálida intimidad de sus hogares, sin duda alguna, el más sagrado tesoro para todo buen colombiano, para todo buen neogranadino: Esposa e hijos.

Recuerdo muy bien mi temprano despertar a la Colombia que de ahí en adelante tendría que afrontar, las primeras e inequívocas señales: El Holocausto del Palacio de Justicia, los asesinatos de Galán y Pizarro, las bombas de Pablo Escobar…y de allí en más todo fue una sucesión trepidante de acontecimientos cargados de adrenalina, y signados todos por un macabro factor en común: El Narcotráfico.

Y así, casi que de una mañana a la otra, comprendí que la Colombia frugal y mojigata de mis mayores y de mi infancia, se había transformado en un inconmensurable y feroz campo de batalla.

Ahora, muy a menudo, cuando pienso en mi país, se me viene siempre a la mente el pasaje bíblico del Armagedon, aquella batalla definitiva entre las fuerzas del bien y las de la oscuridad.
Con angustia, y cada vez más a menudo, al pensar en mi país no puedo evitar el preguntarme a qué hora y en qué momento fuimos tan endebles, sumisos y alcahuetas, tan catastróficamente irresponsables, como para permitir que nuestra nación se convirtiera en feudo y vasalla de un tenebroso y pútrido “Imperio del Mal”.

Es hora de que dejemos de imitar la cobarde pantomima del avestruz, que dejemos de atragantarnos de eufemismos y cómplices mutismos. En Colombia se ha enseñoreado un todopoderoso “Imperio del Mal”, capaz de comprar y callar almas y conciencias, o de eliminarlas cuando éstas no tienen precio.

Es hora de que dejemos de disfrazar nuestro miedo y nuestra cobardía con cursis lugares comunes y clichés: “Colombia es uno de los países más felices del mundo”, “Colombia es un vividero del carajo…”

Dejemos de jugar a la banalidad y superficialidad que no hacen más que encubrir el temor y la falta de fe y grandeza.

Son ya demasiados y evidentes los hechos y circunstancias que demuestran con crudeza la existencia y el poder de este imperio:

- Amplios sectores del Congreso y de la Política cooptados (cuando no cómplices o representantes descarados) por el narcotráfico, el paramilitarismo y/o sus testaferros.
- Una enquistada “Cultura de la Corrupción” que ha permeado todos los actores y sectores de la vida nacional.
- Una narcoguerrilla criminal y terrorista que canjeó “ideales revolucionarios” por “rutas de abastecimiento y salida” de toneladas de cocaína hacia Europa y Estados Unidos. Las FARC son una macrobanda de mafiosos y asesinos que es menester derrotar sin contemplación alguna.
- Un paramilitarismo igualmente narcotraficante y criminal (prohijado en sus inicios y apogeo por sombríos grupúsculos de los estamentos económicos, políticos y militares más reaccionarios, aún impunes), que bajo la falacia de “combatir a la insurgencia” despojó y masacró a “motosierra limpia” a cientos de miles de familias campesinas.
- Cinco millones de hectáreas (de las tierras más fértiles) en manos de narcos, paracos, rastrojos y sus testaferros, mientras que millones de campesinos mendigan en los semáforos y esquinas de las grandes ciudades colombianas.
- Nuevos carteles del narcotráfico “descentralizados” a lo largo y ancho del país; rastrojos, “oficinas de cobro”…que financian y compran cómplices en la Política, las Fuerzas Militares, la Justicia, el aparato empresarial…torturan y masacran rivales, y maximizan los niveles de delincuencia organizada y común en nuestros campos y ciudades.
- Niños de los “estratos populares” soñando con emular a los matones, mafiosos y traquetos más crueles y despiadados
- Niños de los “estratos altos” soñando con convertirse en “hombres de negocios” todopoderosos, implacables, sin escrúpulos, capaces de pactar con el mismo demonio con tal de lograr sus objetivos…

Alguna vez dijo Porfirio Díaz hablando de su país: “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Parafraseándolo, me viene con dolor esta frase: “Pobre de Colombia, tan lejos de Dios y tan postrernada ante el brillo maligno del narcotráfico”.
Porque ha sido precisamente el narcotráfico el motor y hacedor de este “Imperio del Mal” que reina en Colombia. El narcotráfico –quizá una de las invenciones humanas más escabrosas y pérfidas- permeó y desestructuró la integralidad del “alma colombiana”. El narcotráfico creó una cultura de la ilegalidad a ultranza; una cultura que endiosa al más “vivo”, al más “matón”, al más despiadado. Tal vez era inevitable que esto sucediera en un país con tantas inequidades estructurales que no supimos resolver a tiempo. Tal vez era inevitable que una parte de esa inmensa masa de desposeídos viera en dicha actividad criminal el modo más expedito de acceder a las oportunidades de prosperidad material que la “legalidad” no supo otorgarles, y de tomar revancha implacable contra tantos años de exclusión y marginamiento. Y como si esto fuera poco, era también tal vez inevitable que algunos sectores de las “élites” sociales, políticas y económicas vieran en esta actividad una oportunidad de expandir exponencial y fácilmente sus cotas de fortuna y poder.

Era tal vez inevitable que esta Colombia pasional y convulsa se convirtiera en la tierra del “todo vale” (incluyendo reformar a trancazos la Constitución para facultar “mesiánicas reelecciones”), de “el fin justifica los medios”, del “tome pa que lleve”, como dicen los muchachos de hoy en día.
Pienso ahora en los grandes países del mundo, aquellas naciones que han sabido forjarse un sitial grande y digno en la Historia del mundo: La Inglaterra que surgió tras la “revolución gloriosa” de Oliver Cromwell y el subsiguiente fortalecimiento del Parlamentarismo, y del colosal Imperio Británico. La “Francia Eterna” que refulgió tras la “toma de La Bastilla” y le mostró al mundo el camino hacia la Democracia. El Japón tras el advenimiento de la dinastía Meiji con su ímpetu modernizador, su milagroso ascenso tras la debacle de la II Guerra Mundial. Los Estados Unidos tras su independencia y su participación victoriosa en las dos guerras mundiales, su ascenso a superpotencia. Alemania tras la plena unificación bajo la gloriosa égida prusiana de los Hohenzollern y Bismarck, su épica reconstrucción tras la derrota en la II Guerra Mundial y su posterior reunificación en 1990. China tras la victoriosa revolución de Mao, convertida ahora en gran potencia global…Naciones y pueblos todos que supieron enfrentar y superar sus propios retos y desafíos, y cuya mayor virtud y fortaleza residió en la recia, firme y digna constitución moral. Intelectual y espiritual de su alma colectiva.

Reflexiono con angustia en que Colombia no podrá superar de manera pronta y eficaz sus propios desafíos y falencias, y mucho menos ocupar un lugar preponderante en la escena del mundo, hasta que no nos hagamos el propósito indeclinable –como Sociedad y como Colectivo- de erradicar desde sus cimientos el funesto Imperio del Mal que nos avasalla, comenzando por una erradicación radical de nuestras tierras, mentes y corazones de esa semilla maligna que es el narcotráfico.

Que éste es un problema global supeditado a dinámicas globales de oferta y demanda, es cierto, pero esto no puede ser otra excusa para seguir fungiendo como cómplices –por acción u omisión- de este flagelo mortal. Al fin y al cabo, al mundo poco o nada le importa si nuestra alma individual y colectiva termina de pudrirse, si superamos o no nuestros problemas estructurales como Sociedad y Nación, y si terminamos siendo un país inviable y paria, vasallo eterno del “Imperio del Mal”.

De uno u otro modo todos tenemos noción de cuáles son los mayores retos que debemos encarar como país, para elevarnos sobre nuestra propia estatura y ganarnos a pulso un lugar destacado en el mundo de los años y décadas por venir:

- Consolidación de una Economía próspera y expansiva, basada en un PIB diversificado y en una óptima redistribución en todos los sectores de la Sociedad de los réditos y beneficios de la prosperidad económica. Un Comercio Exterior dinámico y globalizado con múltiples nichos de mercado. Una generación permanente de empleo estable y justamente retribuido.
- Construcción de la infraestructura necesaria para apalancar el crecimiento económico de cada uno de los sectores y regiones del país.
- Formación integral del Capital Humano, brindándole a todos los colombianos una educación de altísima calidad que conlleve a su plena productividad económica y social.
- Consolidación de regiones exitosas, que basen su desarrollo humano en un justo y sostenible aprovechamiento de sus recursos y potencialidades endógenas.
Pero quizás sean dos los retos –y por ello mismo los propósitos maestros a lograr- esenciales a asumir en aras de un país viable y digno:
- La definición y concreción de una Política Nacional de Equidad, de largo aliento, que haga posible una eficaz redistribución de recursos, medios y oportunidades; una redistribución real (con eficiencia productiva y equidad socioeconómica) de la propiedad rural; el acceso progresivo de las comunidades rurales y urbanas a la propiedad predial; el acceso al capital productivo a través de la democratización del crédito y el fomento del empresarismo y la consecución de bienes productivos; la optimización estructural y universalización real de la Seguridad Social; el acceso pleno a los servicios públicos esenciales y a la vivienda digna; la generación estructural de empleo mediante el fomento de del desarrollo productivo del campo, el empresarismo social y el desarrollo empresarial y productivo integral. Es decir, REFORMAS ESTRUCTURALES, las mismas que hemos aplazado durante décadas, con las ya consabidas consecuencias. Reformas estructurales que permitan que cada colombiano tenga el pleno y verídico derecho a construir vidas dignas, prósperas y justas, para ellos y sus descendientes, de modo tal que cada uno de nuestros compatriotas sean ellos mismos –igual que sus descendientes- hacedores y multiplicadores de legalidad, progreso y bienestar, y nunca de pobreza, desesperanza y desesperada ilegalidad como único medio de superar el hambre o tomar crueles revanchas.
- La materialización de una Política Nacional de Recomposición Sociológica y Cultural, que permita “limpiar el alma colectiva colombiana”, y pasar de la “Cultura Mafiosa”, a una sólida “Cultura de la Legalidad”, y aún más allá, a una “Cultura de la Lealtad”; Lealtad para con uno mismo, con la Familia, con la Sociedad, con el “Colectivo”, y por ende, lealtad hacia la Nación. Cómo lograrlo?
Implementando un proceso intensivo de Formación en Valores y Principios a lo largo de todo el proceso educativo, desde el jardín infantil hasta la Universidad, en plena sinergia entre institucionalidad pública y privada.
Desarrollando programas intensivos, interinstitucionales, integrales y de largo aliento, de recomposición social (prevención de drogadicción y violencia intrafamiliar, nutrición, etc), económica (empresarismo social), sociológica (resolución pacífica de conflictos, formación en principios, atención sicológica integral, etc) y cultural (cultura de la legalidad), en cada vereda, barrio y comuna del país.
Fortalecimiento transversal de la Justicia, haciendo énfasis en la real meritocracia y en una purga radical de todos aquellos elementos que hayan manifestado el más mínimo grado de connivencia con algún tipo de criminalidad o ilegalidad.
Sostenimiento del proceso integral de fortalecimiento y optimización de las Fuerzas Militares y de Policía, para posibilitar la concreción de ofensivas definitivas contra el crimen en todas sus manifestaciones.
Desarrollo de una “Cruzada Permanente por la Moralidad, la Legalidad, la Ética y los Valores”, como un gran esfuerzo colectivo entre Gobierno, Sociedad Civil, Institucionalidad Pública y Privada y Medios Masivos de Comunicación, que permita cesar cualquier tipo de apología al crimen y coadyuvar a cimentar en las nuevas generaciones sólidos valores y parámetros de legalidad y Lealtad Colectiva.

Concreción de un proceso real y eficaz de Verdad, Justicia y Reparación.
Implementación de un “Plan Postconflicto”, encaminado a prevenir –de manera transversal- aquellos males que suelen surgir tras superar conflictos tan agudos y extensos como el colombiano: maras, pandillismo, bandas criminales de todo tipo compuestas por “excombatientes” que no son debidamente “reintegrados a la sociedad y a la legalidad”.
Como Caucano, y como Colombiano, me sé en el firme derecho de denunciar todo aquello que considero perjudicial y maligno para la tierra de mis ancestros y de aquellos que han de ser mis descendientes; de enfrentar y combatir –desde el bando de la legalidad y la democracia- esos males y a sus hacedores; y de plantear y defender aquellas soluciones y propuestas que juzgo adecuadas para legar a mis hijos y a los hijos de mis hermanos, amigos y compatriotas, un país brillante, justo, respetado y exitoso a nivel global.

Más allá de la Política y de sus trapisondas y avatares, soy un ciudadano más, es cierto, pero tengo muy claro que somos precisamente los “ciudadanos de base” los que estamos llamados a enfrentar y deshacer en mil pedazos ese “cruento Imperio del Mal con pies de barro” que ahora nos subyuga, porque nunca un sistema mafioso fue superior a la íntima bonhomía que subyace en el alma colectiva de un pueblo llamado a ser grande y protagonista refulgente de la Historia del Mundo.

Henry Fabián Mesa Balcázar.

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