miércoles, julio 16, 2008

La Feria de las Palabras



Escrito por Jorge Muñoz Fernández


Esta mañana asistí a “La Feria de las Palabras”, un certamen singular, nunca antes registrado en los carnavales del mercado.


Lo hice porque de paso hacia el trabajo observé una prolongada fila de personas esperando que el majestuoso Coliseo Popular Deportivo, adaptado, esta vez, para la realización de la “Primera Exposición Internacional de Vocablos”, abriera sus puertas al público.


La “Corporación Internacional Palabra Mundial”, previamente había hecho un impresionante despliegue comunicacional, invitando a la población para que adquirieran “un kit de palabras”, parecido a un botiquín de primeros auxilios, donde los hablantes podrían encontrar los términos más usados en sus relaciones cotidianas.


Me acerqué a un estante donde se ofertaban palabras para el ejercicio de la política y pregunté a la vendedora de palabras cuáles habían sido los kits más vendidos en su tienda. Me dijo: “estulticia”, “demagogia”, “elocuencia”, “halago” y “argucia”. Cuando le pregunté en qué consistía el “kit de estulticia”, amablemente me ofreció un tinto y me pidió que esperara al politólogo para que me diera la explicación adecuada.
Contiguo al estante de la política estaba el de la burocracia. Un dependiente, afabilísimo, me señaló que los kits con más demanda en su local hasta ese momento eran los de “Ineficiencia”, “Pereza” y “Arrogancia”, que se entregaban con una obra de Trotsky, el Che Guevara y Max Weber sobre burocracia.


De todos los estantes el menos concurrido fue el de la Verdad. Al inquirir sobre su fracaso un vendedor con rostro de visible melancolía pensional me dijo: “La gente no compra este kit porque la verdad tiene un precio my alto”, acotándome que para ello se necesitaba primero afiliarse a la Bolsa de Valores y después hacer una solicitud a través de una agencia de intermediación financiera, con la advertencia que sólo era para tener acceso a la verdad oficial. El kit de la verdad alternativa, la de los iconoclastas e irreverentes, me dijo, no llegó hasta los anaqueles. Comprenderá usted que es necesario preservar el orden.


Afuera me encontré con una poetisa y un poeta amigos, nacionalmente conocidos, quienes iban en pos del “Kit de la Paz”, y a quienes los guardias no dejaron entrar por ser indocumentadas, no poder identificarse, por lo menos, con uno de sus libros, y ostentar sospechosa apariencia de ser terroristas del lenguaje.


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