Hace unos días el senador Luis Fernando Velasco llegó al “pueblito patojo” para visitar la tumba del Quijote, comer empanadas de pipián y aprovechar el escenario para contestar una entrevista de la televisión nacional. Lo acompañaba un séquito largo de secretarios y guardaespaldas.
De pronto en el escenario interrumpe una mujer bellísima. Un ángel de niña que se deja caer de “El Morro” gritando que la han robado. El senador Velasco alerta a sus escoltas que de inmediato despliegan con la policía un operativa para capturar dos tipos que se desplazan en una moto kawasaky azul sin placas que han robado un bolso de mujer.
Lo que no sospechaba el senador, ni su séquito de secretarios, ni las periodistas de la tele nacional, ni yo mismo que estaba ahí mirando todo de reojo, es que enseguida de los gritos del ángel caído y sus lágrimas vestidas de angustia, de la nada comenzó a salir una cantidad de gente que fue rodeando al senador para contarle al principio que la inseguridad en “El Pueblito” y en “El Morro” era insoportable. Que no se explicaban cómo un sitio al que visitan turistas a diario, se hubiera convertido de la noche a la mañana en el atracadero más grande de la ciudad frente a la indiferencia de las autoridades que sueñan con tener a Popayán como un paraíso turístico. Luego se quejaron de la poca importancia de las autoridades a sus llamados, de la ineficiencia del número de emergencias 123, de las llegadas tarde de los policías las pocas veces que venían.
Explicaron incluso cómo operan los cacos, y de su incapacidad de civiles para enfrentarlos, algo que a veces suelen hacer exponiendo la integridad física para hacer de héroes improvisados a costa de su propias vidas y venganzas posteriores.
El Senador hacia preguntas ejecutivas, se mostró interesado, escuchó a todo al gentío y prometió hacer algo. La gente contestaba a sus preguntas, e incluso le dramatizaron alguna escena, y al final, casi en coro, le suplicaron que frente a los oídos sordos de las autoridades por salvar ese sitio de los truhanes y viciosos, él era la única salvación. “Senador”-, dijo una señora vieja, recia y voz profunda-, “usted es el único que nos ha venido a escuchar y usted es el único que nos puede salvar. Haga algo por recuperar la seguridad de estos sitios turísticos, por el bien de la ciudad…”
El senador dijo que sí, que se los prometía, que él mismo iba a ir a visitar el comandante de la policía para pedirle ayuda. Que el asunto de la inseguridad no podía continuar así...
Al rato, se comió un “morro” de empanadas, probó el champú, se despidió de besos y de mano de todos. Se fue con su séquito de colaboradores a seguir escuchando “otro morro” de reclamos y necesidades a los barrios en su campara para obtener votos que lo reelijan senador…
Pero enseguida, en El Morro, otra mujer comenzaba a gritar: ¡cójanlos, me robaron la chuspa, me robaron la chuspa, cójanlos, cójanlos!